Le gustaba caminar al ritmo de “Highway to Hell”.
Sincronizaba sus pasos con el ritmo de la batería. Así encaminaba el mundo. Lo miraba tras unas gafas de sol de las cuales rara vez se desprendía:
“La luz me hace daño, creo que soy como un vampiro, el oscuro traje de la noche me sienta mejor.”
Sus botas de punta desgastadas por los tropezones de la vida hablarían mucho de lo que han pisado si consiguieran esgrimir alguna sola palabra, los bolsillos siempre ocupados; un libro de puntas arrugadas y tan abiertas sus páginas que daba la sensación que sus palabras impresas se resbalarían por las arqueadas hojas. Entre sus dedos un cigarrillo y en la boca el último aliento.
Parco en palabras, decía todo con los ojos, ocultos por el ahumado cristal a su vez cubiertos por mechones de pelo ondulado. Vestía elegante pero con sello propio:
“ODIO A CASI TODOS: El regreso del buen gusto a través del exterminio”
Veía su día a día como una película de John Cassavetes, sin guión ni atrezzo, todo por rodar. Protagonista anónimo de filmes anunciados en carteles semidespegados en las húmedas calles de Malasaña. Recuerda aquellos charcos de lluvia entre la grava del asfalto en ambientes ahumados y canciones de Sabina:
“El viejo truhán, capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera.”
Era de pocos amigos, tímido en la adolescencia, serio en su madurez y Dios sabe como terminará su vida cuando llegue a la senectud. No era un tipo religioso, las iglesias mejor de lejos y las bodas en la distancia. Creía en tiempos mejores y parafraseaba a Dylan siempre que podía, la cordura por bandera y la locura por navío.
¿Recuerdan ustedes algún hecho histórico? ¿Atentados, cambios políticos o triunfos deportivos quizá?, en momentos de aturdimiento social el se limitaba a analizar la situación y con un simple chasquido de su lengua se largaba a dar un paseo, pues las calles vacías otorgaban la serenidad que dejaban escapar el resto de ciudadanos en sus casas frente al televisor.
Tuvo ídolos, pero se dio cuenta que sino era creyente mucho menos lo iba a ser de alguien en carne y hueso que pudiera herirlo en su gloria y por Gracia de Dios, si me permiten añadir. Prefería la compañía de las harmónicas y el blues de Muddy Waters cuando besaba la lona del ring, los punteos y calidas melodías de Mark Knopfler y los Dire Straits en los momentos de calma e incluso gustaba del rock and roll mas sucio en días enérgicos. No era un ser humano modélico, tampoco lo pretendía, es más, renegaba de su condición humana.
Vivió rodeado de discos, viejos vinilos los cuales trataba con mimo, compact disc que ordenaba concienzudamente por orden alfabético, libros sobre distopía, sobre música y biografías. Discos enmarcados, púas, baquetas, carteles, fotos… viejos recuerdos que aún penden de la pared de su escondite, aunque solo el polvo es el único visitante y admirador de todas esas cosas, que para el, eran joyas. La luz artificial, ahora apagada, era tan fría como el ambiente, algo perdió su calor desde hace un cierto tiempo. Hay sombras en la carretera y vendaval en su destino.
Siempre cerraba la puerta al salir… y casi siempre al entrar pero con las ventanas abiertas por si había alguna salida posible en caso de escape extremo. En su locura ataba razones al aire, para dejar las ideas volar, decía, pero el parquet de su casa reflejaba témpanos de tiempo colgando del techo y con las razones enredadas entre ellos. En su cama reposaba su cabellera cada noche, las ideas y algunos pensamientos también, aun con el oído en guardia, sus párpados caían puntuales cada vez y se dejaba mecer por las negras espinas de la nocturnidad que daban su cobijo por la espalda, clavando sus espinas en forma de mal sueño.
Gustaba de tumbarse sin nada más en la cabeza para dejarse arrastrar por las ondas que sus compañeros le ofrecían. Pasó noches de cama con Patti Smith mientras llovía torrencialmente por la ventana, imaginaba que se situaba en algún paraje de California cuando compartía almohada con la creadora de Horses, sin embargo se mostraba abrumado cuando los rayos del sol se estampaban en los cristales, entonces era Nashville la ciudad y Lucinda Williams su compañera de cama.
“Hay poco que perder pero mucho por ganar, nos queda tanto por decir…”
El amargo gintonic que solía recorrer su esófago cuando se sentía golpeado, las historias de tablas y escapistas, saltos en el tiempo y lagunas que eran pantanos, de ideas empantanadas y ruidos estancados que junto con las noches en vela lo convertían en un ser más apático si cabía. No sabía bailar y desde hace tiempo dejó de preocuparse por su estado físico, aunque se cuidaba, la barba y el largo pelo brotaban de su cara y cabeza;
“Un Jim Morrison sobrio.” como alguien le dijo alguna vez, quizá fuera mentira.
Hoy yace esparcido en el Atlántico, entre el oleaje del Cantábrico. Sus restos fueron incinerados, aunque antes donó sus órganos salvo el corazón pues lo tenía dividido en tantos pedazos como días tiene el calendario, colgando de su propio cinturón enmarcaba una imagen digna de ser reflejada por el artista más barroco. Como a Ian Curtis, a nuestro protagonista también lo encontraron colgando mientras un vinilo daba vueltas en el tocadiscos, The Idiot de Iggy Pop en el caso del maltrecho cantante de Joy Division, Nebraska de Bruce Springsteen era la melodía funeraria para el final de esta historia.
“The jury brought in a guilty verdict and the judge he sentenced me to death Midnight in a prison storeroom with leather straps across my chest.”
The End.
Cerrando las puertas de Noviembre:
Mystery Girl deRoy Orbison
Wiked Game de Chris Isaak
Under de Red Sky de Bob Dylan
Bounced Checks de Tom Waits
Charly.-
Sincronizaba sus pasos con el ritmo de la batería. Así encaminaba el mundo. Lo miraba tras unas gafas de sol de las cuales rara vez se desprendía:
“La luz me hace daño, creo que soy como un vampiro, el oscuro traje de la noche me sienta mejor.”
Sus botas de punta desgastadas por los tropezones de la vida hablarían mucho de lo que han pisado si consiguieran esgrimir alguna sola palabra, los bolsillos siempre ocupados; un libro de puntas arrugadas y tan abiertas sus páginas que daba la sensación que sus palabras impresas se resbalarían por las arqueadas hojas. Entre sus dedos un cigarrillo y en la boca el último aliento.
Parco en palabras, decía todo con los ojos, ocultos por el ahumado cristal a su vez cubiertos por mechones de pelo ondulado. Vestía elegante pero con sello propio:
“ODIO A CASI TODOS: El regreso del buen gusto a través del exterminio”
Veía su día a día como una película de John Cassavetes, sin guión ni atrezzo, todo por rodar. Protagonista anónimo de filmes anunciados en carteles semidespegados en las húmedas calles de Malasaña. Recuerda aquellos charcos de lluvia entre la grava del asfalto en ambientes ahumados y canciones de Sabina:
“El viejo truhán, capitán de un barco que tuviera por bandera un par de tibias y una calavera.”
Era de pocos amigos, tímido en la adolescencia, serio en su madurez y Dios sabe como terminará su vida cuando llegue a la senectud. No era un tipo religioso, las iglesias mejor de lejos y las bodas en la distancia. Creía en tiempos mejores y parafraseaba a Dylan siempre que podía, la cordura por bandera y la locura por navío.
¿Recuerdan ustedes algún hecho histórico? ¿Atentados, cambios políticos o triunfos deportivos quizá?, en momentos de aturdimiento social el se limitaba a analizar la situación y con un simple chasquido de su lengua se largaba a dar un paseo, pues las calles vacías otorgaban la serenidad que dejaban escapar el resto de ciudadanos en sus casas frente al televisor.
Tuvo ídolos, pero se dio cuenta que sino era creyente mucho menos lo iba a ser de alguien en carne y hueso que pudiera herirlo en su gloria y por Gracia de Dios, si me permiten añadir. Prefería la compañía de las harmónicas y el blues de Muddy Waters cuando besaba la lona del ring, los punteos y calidas melodías de Mark Knopfler y los Dire Straits en los momentos de calma e incluso gustaba del rock and roll mas sucio en días enérgicos. No era un ser humano modélico, tampoco lo pretendía, es más, renegaba de su condición humana.
Vivió rodeado de discos, viejos vinilos los cuales trataba con mimo, compact disc que ordenaba concienzudamente por orden alfabético, libros sobre distopía, sobre música y biografías. Discos enmarcados, púas, baquetas, carteles, fotos… viejos recuerdos que aún penden de la pared de su escondite, aunque solo el polvo es el único visitante y admirador de todas esas cosas, que para el, eran joyas. La luz artificial, ahora apagada, era tan fría como el ambiente, algo perdió su calor desde hace un cierto tiempo. Hay sombras en la carretera y vendaval en su destino.
Siempre cerraba la puerta al salir… y casi siempre al entrar pero con las ventanas abiertas por si había alguna salida posible en caso de escape extremo. En su locura ataba razones al aire, para dejar las ideas volar, decía, pero el parquet de su casa reflejaba témpanos de tiempo colgando del techo y con las razones enredadas entre ellos. En su cama reposaba su cabellera cada noche, las ideas y algunos pensamientos también, aun con el oído en guardia, sus párpados caían puntuales cada vez y se dejaba mecer por las negras espinas de la nocturnidad que daban su cobijo por la espalda, clavando sus espinas en forma de mal sueño.
Gustaba de tumbarse sin nada más en la cabeza para dejarse arrastrar por las ondas que sus compañeros le ofrecían. Pasó noches de cama con Patti Smith mientras llovía torrencialmente por la ventana, imaginaba que se situaba en algún paraje de California cuando compartía almohada con la creadora de Horses, sin embargo se mostraba abrumado cuando los rayos del sol se estampaban en los cristales, entonces era Nashville la ciudad y Lucinda Williams su compañera de cama.
“Hay poco que perder pero mucho por ganar, nos queda tanto por decir…”
El amargo gintonic que solía recorrer su esófago cuando se sentía golpeado, las historias de tablas y escapistas, saltos en el tiempo y lagunas que eran pantanos, de ideas empantanadas y ruidos estancados que junto con las noches en vela lo convertían en un ser más apático si cabía. No sabía bailar y desde hace tiempo dejó de preocuparse por su estado físico, aunque se cuidaba, la barba y el largo pelo brotaban de su cara y cabeza;
“Un Jim Morrison sobrio.” como alguien le dijo alguna vez, quizá fuera mentira.
Hoy yace esparcido en el Atlántico, entre el oleaje del Cantábrico. Sus restos fueron incinerados, aunque antes donó sus órganos salvo el corazón pues lo tenía dividido en tantos pedazos como días tiene el calendario, colgando de su propio cinturón enmarcaba una imagen digna de ser reflejada por el artista más barroco. Como a Ian Curtis, a nuestro protagonista también lo encontraron colgando mientras un vinilo daba vueltas en el tocadiscos, The Idiot de Iggy Pop en el caso del maltrecho cantante de Joy Division, Nebraska de Bruce Springsteen era la melodía funeraria para el final de esta historia.
“The jury brought in a guilty verdict and the judge he sentenced me to death Midnight in a prison storeroom with leather straps across my chest.”
The End.
Cerrando las puertas de Noviembre:
Mystery Girl deRoy Orbison
Wiked Game de Chris Isaak
Under de Red Sky de Bob Dylan
Bounced Checks de Tom Waits
Charly.-